Podríamos preguntarnos qué está realmente en juego durante el proceso de producción/consumo cinematográfico; cómo el cine produce sentido con respecto al género; qué lugar queda en él para nosotras las mujeres, trabajadoras, estudiantes, disidentes; qué herramientas nos damos para intervenir en él, o bien, cómo preservamos los escasos ejemplos que vindican nuestras figuras o arrojan luz sobre nuestras contingencias.
Si pensamos en el matrimonio del arte y el status quo, dentro del campo cinematográfico hay infinitos ejemplos abyectos sobre las figuras de las mujeres —particularmente las que se encuentran al seno de la clase obrera. Las imágenes afectan, generan sentido y son accesibles, y, siendo el cine y los contenidos audiovisuales productos de consumo de masas, operan en sí mismas como herramientas políticas que deben decodificarse y no ser comprendidas ingenuamente.
En alteridad con esas imágenes hegemónicas también están aquellas que se circunscriben a nuevas representaciones y al enaltecimiento de realidades que transcurren silenciosamente en los márgenes de la sociedad, siempre postergadas y maltratadas material y discursivamente.
A continuación presentamos cinco obras recientes sobre mujeres de la clase trabajadora.
4 meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mungiu, 2007)
La temática del aborto abre numerosas aristas para diseccionar y es objeto de un álgido debate político en las sociedades. Desde L’une chante, l’autre pas (de Agnès Varda), pasando por Vera Drake (de Mike Leigh) hasta Never, Rarely, Sometimes Always (de Eliza Hittman, estrenada este año), en el cine abundan los abordajes de la problemática a través de diversos tonos y planteamientos morales, filosóficos y políticos.
Ambientada en la etapa de descomposición de la República Socialista de Rumania, 4 meses, 3 semanas, 2 días sigue la travesía de dos amigas y compañeras de habitación en una residencia universitaria mientras viven el peligro y la pesadilla de la clandestinidad al ultimar los detalles para una interrupción del embarazo, un procedimiento prohibido en todo el territorio rumano —salvo en casos excepcionales.
Cristian Mungiu aborda las jerarquías sociales y de género, la noción de la culpa como algo inexorable y la unión necesaria que deviene de la materialidad que catapulta a las mujeres para concretar una necesidad negada por el Estado, cuyo modelo de mujer ideal es la madre de familia numerosa (las denominadas madres heroínas). Oponiéndose a los valores promulgados por el Partido Comunista, Mungiu otorga en su lugar el título de heroínas a estas mujeres, estudiantes y campesinas que infringen las reglas del Estado y se mueven por fuera de la legalidad para poder planificar sus vidas.
La teta asustada (Claudia Llosa, 2009)
Con La teta asustada, la directora Claudia Llosa ofrece una mirada mágico-realista sobre la encarnación de los traumas colectivos e individuales producto de la historia colonial vivida por la comunidad ayacuchana en Perú. Las mujeres, víctimas de violaciones grupales propiciadas por el ejército, pasan a sus hijas sus terrores y rabias a través de la lactancia, una enfermedad llamada “la teta asustada”, que posee la protagonista del film, Fausta (Magaly Solier).
Portadoras de temores y recuerdos terribles, muchas de estas mujeres se sacrificaron para proteger a sus familias, y estos actos, comúnmente estigmatizados, son reconocidos por la directora como nobles. Años después de finalizado el conflicto militar, Fausta, aún constreñida por el recuerdo de la violación de su madre —transmitido a ella no solo a través de la lactancia, como se cree míticamente, sino también por medio de cantos y relatos—, se inserta una papa en la vagina porque “solo el asco detiene a los asquerosos”.
Esta mutilación o sacrificio corporal, que bien podría causarle la muerte, es una continuación de las costumbres ancestrales andinas que operaban como defensa ante los horrores infligidos sobre los cuerpos, y a pesar de su necesidad y virtud histórica Fausta debe desplazarse de ellas para liberarse de la carga traumática que sufre.
Vergine Giurata (Laura Bispuri, 2015)
La ópera prima de la italiana Laura Bispuri ilustra la búsqueda identitaria de Hana/Mark después de años de vivir en represión. Situada en Albania, donde durante todo el siglo XX rigió el código del Kanun, que mantenía a las mujeres de los clanes reducidas a la esfera doméstica y privadas de cualquier derecho, Vergine Giurata relata el ritual de las vírgenes juradas, aquellas mujeres que a fin de hacerse cargo de sus familias, votar, cazar, portar armas y participar de la vida pública en general (y un largo etcétera) debían vivir sus vidas como hombres
Después de jurar castidad eterna y abandonar cualquier rasgo o deseo asociado con la feminidad, Mark (antes Hana) se embarca en un viaje hacia la ciudad en busca de su libertad lejos de la comunidad en las montañas.
Bispuri inspecciona la construcción y performatividad de los géneros y los cuerpos mientras su protagonista —encarnada por Alba Rohrwacher— camina por espacios desconocidos, descubre los códigos sociales que rigen en la modernidad y se reconcilia con una identidad abandonada prematuramente.
Dos días, una noche (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014)
Los hermanos Dardenne se inmergen nuevamente en un episodio de la clase obrera belga con uno de sus mejores trabajos recientes. A solo un fin de semana de reincorporarse a su trabajo luego de una larga licencia por depresión, Sandra (Marion Cotillard) se entera de las intenciones patronales de disolver su puesto, una idea que sus compañeros de trabajo ven inicialmente con convencimiento gracias a una serie de medidas intimidatorias y extorsivas, como la garantía de un bono de fin de año.
Sandra tiene dos días y una noche para visitarlos uno por uno y conseguir que opten por conservarla en su puesto. Al dársele la posibilidad de una nueva votación, la película explora con delicadeza y sencillez las tensiones y los dilemas que se les presentan a ella y a los obreros de la fábrica, que intentan ante todo defender sus intereses personales —pago de deudas, inscripciones estudiantiles, alquileres— mientras son presionados por un capitalismo de rapiña que obstruye cualquier intento de solidaridad y en el que la salida del pozo de la individualidad resulta un lujo que muchos no pueden (o no quieren) darse.
El futuro perfecto (Nele Wohlatz, 2016)
Xiaobin, una adolescente china, aterriza en el cemento porteño para instalarse con sus padres y sus dos hermanos, a quienes no conoce, y así comenzar una nueva vida en un mundo incomprensible. Entre supermercados, fiambres y clases en las que incorpora nuevas palabras del castellano, seguimos su aprendizaje por las calles de la ciudad.
Inicialmente sus intercambios son fragmentarios y acotados, ya que sus herramientas comunicacionales son escasas, pero al aprehender los elementos necesarios su mundo se amplía y complejiza. El camino de Xiaobin se desvía del esperado por sus padres y la sociedad (casarse con un hombre chino, por ejemplo) e imagina un futuro perfecto —entre varios posibles— para sí mismo: uno propio.
El futuro perfecto, que presenta un crisol de culturas que confluyen y chocan en la Ciudad de Buenos Aires, ilustra los límites y las probabilidades del lenguaje y la occidentalización de las identidades en la modernidad.