Los viajes de Jean-Luc
La editorial El Cuenco de Plata publica Introducción a una verdadera historia del cine, que recoge una serie de charlas que Jean-Luc Godard mantuvo con estudiantes en los años 70, un ejercicio que, como no podía ser de otra manera en el director francés, termina pareciéndose más a una larga sesión de psicoanálisis y a una reflexión sobre el oficio de hacer cine que a una conferencia tradicional.

“Yo soy como todo el mundo, necesito ir a ver un film de Alain Delon y no un film de Alan Resnais. Y hay algo de verdad en eso”, dice Jean-Luc Godard a los 48 años frente a un grupo de estudiantes en el Conservatorio de Arte Cinematográfico de Montreal. Junto a él está Serge Losique, director de la institución, quien en 1978 invitó al cineasta francés a dar algo así como un curso en torno a la historia del cine. Godard, en cambio y fiel a su estilo, le propuso un negocio: la co-producción de un guion que eventualmente sería una serie de films titulada Introducción a una verdadera historia del cine y la televisión. Era un viejo proyecto que había empezado con Henri Langlois pero que la muerte de éste dejó trunco. 

Es el comienzo de lo que más adelante será Histoire(s) du cinéma, un proyecto enorme de Godard que fue película y poema y le llevó por lo menos diez años de su vida, entre 1988 y 1998. Sin embargo, lo que ocurre en estas charlas dista mucho de ser una historia del cine propiamente dicha: parecen más bien sesiones de psicoanálisis que tiene Godard con los estudiantes, su público.

Desde hace años, la editorial El Cuenco de Plata viene haciendo un excelente trabajo con la publicación de textos valiosos para la cinefilia local. Lo ha hecho recientemente con El cine según François Truffaut, y en este caso lo hace con la Introducción a una verdadera historia del cine, de Jean-Luc Godard. Se trata de una cuidada edición que respeta la publicación original con imágenes seleccionadas por el director y la traducción rioplatense de Guillermo Piro, que aporta datos y esclarece ciertas partes del texto. 

El lanzamiento de este libro implica poner en circulación un momento clave de la bibliografía del director de Pierrot, le fou. Como no podía ser de otra manera, Godard toma una premisa y hace lo que se le canta. O dicho de manera más fina: emplea modalidades lúdicas para resolver el ejercicio de la historicidad. Lo que se supone que es una reflexión sobre el cine y su recorrido deriva en un confesionario en el aula donde hay más preguntas que certezas.

Godard da por sentado que es imposible hacer una historia total del cine, más que nada por ciertos problemas técnicos como el de encontrar algunas películas viejas o la necesidad de un grupo grande para llevar a cabo la tarea. Por lo tanto, juega con la idea. Busca en obras como El hombre de la cámara (1929), de Dziga Vértov, o Alemania, año cero (1948), de Roberto Rossellini, rastros de sus propias películas. Va de acá para allá pasando por films como El acorazado Potemkin (1925) o la figura de Fritz Lang, sólo para finalmente hablar de cómo se peleó con Anna Karina o la manera por la cual sus filmes se hacían con dos pesos. La narración de la historia propuesta le sirve de excusa a Godard para contar su vida y su obra, siempre con el cine como telón de fondo. 

Resulta interesante comparar este libro con el producto final que es el poema-ensayo publicado como Historia(s) del cine por Caja Negra en 2007. El texto es el guion acondicionado de lo que es la versión fílmica de la obra. En este caso sí hay un intento de totalidad, una especie de voluntad de abarcar la historiografía de lo cinematográfico. Si bien de una manera encriptada, en forma de verso y desafiando hasta la verborragia hermenéutica de Héctor Libertella, Godard intenta reponer algo de sentido a la existencia del cine. Escribe:

la suerte de haber tenido bastante tiempo

para ver bastantes filmes

y formarse un criterio personal

de lo que era importante

o menos importante

en esa historia

y tener una guia

se sabe que Griffith

viene antes de Rossellini

Renoir, antes de Visconti

y el momento preciso

de vuestra aparición 

en una historia

ya narrable

aun narrable

que había sido contada

se puede decir

pero nunca narrada

Al igual que Mariano Llinás en sus últimas películas, el director francés escribe un poema que es ensayo y filme. Un manual de ideas a seguir para pensar la evolución del plano y sus consecuencias. Un recorrido que es a la vez corolario personal y experiencia universal.

En Introducción a una verdadera historia del cine Godard duda, no siempre está muy convencido de lo que dice. A partir de no saber muy bien qué hacer con el proyecto, prefiere pararse donde se siente más cómodo. Habla de sus películas: de cómo se hicieron, de lo improvisadas que eran algunas, de cómo todo sucedía de forma espontánea y sin tanta premeditación. Tanteando su filmografía es que llega a lugares luminosos donde reflexiona sobre la televisión o piensa al cine estadounidense desde la perspectiva europea. Entre los detalles florecen los pensamientos: el hecho de que no haya visto Persona (1966) de Bergman hasta el momento de proyectarla ante sus estudiantes en aquellas charlas canadienses. O que hable de su fascinación por trabajar con Robert De Niro en su próxima película. 

El director de Sin aliento dice y se desdice. Propone una cosa para luego desecharla y a los minutos volverla a retomarla. No tiene realmente un método de enseñanza, simplemente se deja llevar por la intuición. En cierto momento dice “no tengo ningún problema de hablar en voz alta delante de ellos, porque es un poco como un psicoanálisis de mí mismo, de mi trabajo… Volver a ver delante de otras personas y junto a ellos… no mi pasado personal, sino mis veinte años de cine, y tratar de verlos un poco de otra manera, es decir un poco estúpidamente”. La forma con la que encara la tarea parece salida de cierto espíritu anarquista donde reina la horizontalidad y el desvarío. 

Sus conferencias, divididas en siete viajes o capítulos, poseen una forma fragmentaria. No solo por la manera en la que está dada la transcripción de lo oral a lo escrito sino también porque es una característica del estilo de Godard. A través de cuadros, frases y líneas cortas de pensamiento, se va conformando un aparato discursivo que nada tiene de erudito pero que pretende serlo. Se basa en la intuición y en la experiencia propia, algo que le da otra relevancia, una distinción. Así y todo, con la contradicción galopante que suele expresar la figura de Godard, este es uno de los libros más claros y sinceros de toda su carrera.  

Una de las últimas apariciones de JLG en pantalla se encuentra en À vendredi, Robinson (2022), de Mitra Farahani, un documental que aborda la correspondencia entre el genio de la nouvelle vague y Ebrahim Golestan, uno de los directores más importantes del cine iraní. Es una obra frustrante, un compendio de incomodidad. Mientras que Golestan intenta comunicarse con su par francés, el otro le contesta con misivas o mensajes encriptados que no se entienden, como si fuese algo que ya no le interesa. En cierto momento el director iraní le propone una reunión a Godard y él le responde en un mail con un cuadro de Matisse del 54’, una imagen cortada de algo que parece ser caligrafía persa, un párrafo del Finnegans Wake de Joyce dado vuelta, y un video de unos trabajadores que arreglan el pavimento. “Nada de esto tiene sentido”, desliza Ebrahim para luego mirar a la cámara y confesar: “Estoy cansado”.

En algún momento de su carrera, quizá mucho antes de dejar plantada a Agnès Varda en la puerta de su casa, Godard dejó de interesarse por comunicar. Quizá pensaba que no tenía sentido, como de alguna manera se deja entrever en Adieu au langage (2014). De todas maneras, las lágrimas derramadas por Varda son reales y el silencio espectral en el que se envuelve Godard no. Es una ficción promovida por él mismo para evitar lidiar con el afuera. Por suerte, nada de este personaje maquiavélico aparece en el libro. Como si estuviera en el diván de Bella Freud, el cineasta se revela directo y poco enigmático con lo que declara.

Hacia el final de estos viajes aparecen unas líneas que pueden leerse como conclusión: “Esa es mi propia historia: si te sientes atraído por algo que te quema y te destruye, al mismo tiempo debes aprender a construir, es decir a no dejarte destruir y al mismo tiempo cambiar”. La verdadera historia del cine para Godard fue haber lidiado con lo que amaba sin dejarse condicionar por lo que impone el mercado audiovisual. Al contrario que Icaro, poder volar cerca del sol sin quemarse. 

Ignacio Barragán

Licenciado en Historia, periodista. En X es @NachBarragan

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